Camila Mendieta, a sus 7 años de edad, y en plena Navidad, se enteró de que tenía cáncer.
Edwin, su padre, se percató de la mitad de su rostro lo tenía inflamado. Ella, además, manifestaba ver borroso. De modo que lo primero que se les ocurrió a sus padres fue llevarla con un oftalmólogo. Para sorpresa, este no encontró nada anormal en su visión. Al escuchar los resultados, Edwin y Yury, papás de Camila, pensaron que la inflamación podía ser por una muela, de modo que la llevaron esta vez con odontólogo, quien tampoco halló nada irregular.
Finalmente, en busca de una respuesta, apartaron una cita con el otorrino, quien al sentir una masa extraña en su cabeza, le ordenó un TAC.
La masa cada vez crecía más. Con urgencia, la remitieron a un cirujano de cabeza y cuello para tomar una muestra y diagnosticar la razón de esta. Como en la ciudad de Cúcuta no había cirujanos en el momento, viajaron a Bucaramanga en enero de 2016 y la empezaron a atender en el Hospital Universitario de Santander.
“El servicio era excelente. El médico junto a todo el personal del hospital la atendieron como una reina. Era la consentida del centro. Y Coosalud fue muy diligente en suplir lo que necesitábamos”, afirma Yury, mamá de Camila.
En este lugar le tomaron la muestra y la mandaron a patología. Al ver el diagnóstico, los médicos no podían creer que fuera un sarcoma (tumor maligno manifestado normalmente en niños). El 80% de su cuerpo había sido afectado, las probabilidades de vida que le daban a su familia eran escasas.
“La compresión de la masa era tan fuerte que no permitía el paso del aire y por eso optamos por una traqueotomía para Camila”, comenta su médico, el Dr. Ernesto Rueda.
Quienes la conocían, quedaban fascinados con su personalidad. Siempre la definían como una niña alegre, entusiasta y feliz. Capaz de ganarse el corazón de la gente en un segundo. Los médicos aseguraban que su actitud influía en un gran porcentaje para su recuperación.
“Cuando salía de la quimioterapia, me mareaba mucho, pero intentaba sonreír y no vomitar para que no me hospitalizaran. Y cuando estaba hospitalizada, cantaba para que los médicos pensaran que estaba bien y me sacaran rápido de allí”, cuenta Camila, hoy con 9 años de edad.
Las quimios eran tan fuertes que la segunda vez que pasó por el procedimiento, el cabello se le empezó a caer. Su madre le explicó que los medicamentos causarían cambios en su cuerpo y esto implicaba cortar su cabello.
“No fue fácil. Se le caían hasta las pestañas. Antes, ella solía ir cada 8 días a la peluquería porque estaba muy pendiente de su aspecto físico. Me costó decirle que le cortaríamos el cabello, pero para animarla le dije que yo también lo haría porque estábamos juntas en esto. Y mi esposo, al enterarse, no tardó en decirme que Juan(su hermano) y él también se lo cortarían. Así que todos quedamos igual que ella, sin un pelo en nuestra cabeza”, recuerda Yury, la mamá de Camila.
Las condiciones para que Camila tuvieran un rápido progreso en su tratamiento eran óptimas: contaba con el apoyo y acompañamiento permanente de su familia, la atención eficaz del hospital y el seguimiento y la rápida respuesta de su EPS para trámite de medicamentos y orden de exámenes.
Se convirtió en la consentida de todos. Tal como lo afirma su familia, Camila ha estado rodeada de ángeles que no solo la han ayudado en su mejoría sino también en cumplir sus sueños.
En marzo del año de este año terminó su tratamiento descartando toda célula maligna. Y aunque los controles continúan, hoy disfruta al máximo cada segundo de la vida.
En sus ratos libres le encanta salir a comer helado, dibujar y jugar en la cuadra con los vecinos.
El cabello ya le está creciendo nuevamente, al igual que a su familia.