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El sueño de ser mamá le salvó la vida

Elva nos relata su batalla contra un tumor facial que la llevó a someterse a múltiples cirugías. A pesar de los obstáculos y el dolor, su fortaleza y fe la han ayudado a superar cada desafío.

A sus 62 años, Elva Padilla Olivares tiene una mente prodigiosa. Recuerda cada detalle de su proceso de atención, desde fechas hasta los nombres completos de cada médico que la ha visto. José Luis Claro Chabalet, Hernán Arango y Carlos Durán son algunos de los que menciona durante su relato.

El 3 de marzo de 2015 fue el día en el que «empezó todo». Esa fecha la marcó en el calendario de su memoria. Ese día, comenzó a sentir una bolita en la parte interna de su cara, por la zona de la boca, que “iba y venía”. “Eso me salió el 3 de marzo, duré con ella el 4, el 5, y el 6 desapareció, no la sentí más. A los ocho días volvió la bolita… y así sucesivamente, me duraba tres o cuatro días. Un tiempo después yo dije: «Ay, ya se me fue, ya eso desapareció». Duré tres meses sin ella y volvió el 14 de agosto de ese mismo año; ya la bolita era más grande, pero desaparecía, ya luego sí se quedó”, relata la mujer, residente en el corregimiento de Martillo, jurisdicción del municipio de Ponedera, Atlántico.

Y continúa: “Por casi ocho meses se quedó, se estabilizó en mi cara, del lado adentro. Comencé a ir a odontólogos, todos decían: «No tienes nada, no tienes nada»; me mandaban a hacer tomografías y no me salía nada. En ese entonces yo era afiliada a otra EPS que ya no existe”.

Tras varias consultas con especialistas, entre ellos, cirujanos maxilofaciales, los médicos identificaron que se trataba de un tumor. Acto seguido, le hicieron una biopsia que, por fortuna, arrojó que el tumor era benigno.

Sin embargo, teniendo en cuenta que ya el tumor —alojado en la parte interna de su rostro, entre la mejilla y el maxilar— era demasiado grande, hasta el punto de que corría el riesgo de perder su ojo derecho, le ordenaron una cirugía. La presencia de esta masa también había afectado su autoestima: no era capaz de mirarse al espejo y no permitía que nadie la retratara, por lo que dejó de aparecer en fotografías familiares.

El 18 de agosto de 2018 llegó la fecha esperada y, días después de una intervención quirúrgica exitosa, según comenta, fue a misa para agradecer a Dios por acompañarla en ese proceso. “A todos los de los feligreses de la iglesia, inclusive me acerqué a varios curas y les dije: «Ustedes me vieron el año pasado con un tumor que traje en la cara. Ya estoy operada y vengo a ver y escuchar la misa, porque mi ojo está bien». Y los padres y la gente me acogieron, me aplaudieron”.

Tiempo después, en noviembre de 2023, Elva, afiliada a Coosalud, se sometió a un nuevo procedimiento. Esta vez sería una cirugía reconstructiva para “devolverle” a su rostro las partes que habían sido removidas, entre ellas, su dentadura. No obstante, cuatro meses de esa operación, la aparición de un sangrado frecuente por la boca encendió sus alarmas. “Empecé a sentir que ya no podía más. Sentía mucho dolor. Era terrible no poder dormir, ni de día, ni de noche, con ese dolor tan extravagante; no poder comer una comida que te llevaran, por muy deliciosa estuviera, porque ya no podías por el dolor, era horrible. Ya después comenzó la sangre, y cuando boté los coágulos de sangre, me asusté mucho. Es más, yo cumplía el 10 de junio, y yo le había dicho ocho días antes a mi esposo: «No me compres nada, no me traigas un pudín, no me hagas nada, porque yo me voy a morir». Él me dijo: «No, tú eres muy fuerte, no vas a morir»”, manifiesta entre lágrimas.

Tras visitar al médico, los especialistas descubrieron que era necesario retirarle los implantes que le había colocado, porque su cuerpo no los había asimilado. De hecho, si no hubiera acudido oportunamente, la infección se habría propagado de forma muy rápida en su organismo, lo que habría puesto en riesgo su vida. Luego de esta última cirugía, le recomendaron guardar reposo, “como si fuera una recién nacida”, por lo que permanece por una temporada en la vivienda unos familiares, en el municipio de Malambo, Atlántico.

“Ahora ya me siento bastante bien, me siento sana” —asegura—, aunque no ve la hora de volver a su casa, a su rutina, que incluye sus tres pasatiempos favoritos: lavar, barrer y coser, según apunta con picardía.

A coser aprendió cuando era niña, un oficio heredado de su mamá. “Coso a mano, pero queda como si fuera a máquina. En realidad, mis muñecas me enseñaron a coser, porque siempre quería hacerles nuevas prendas. Jugué con ellas hasta que tuve mi primer hijo, a los 28 años. A esa edad dejé de jugar y regalé mis muñecas, porque mi hijo nació varón y no tuve niñas”.

Pero nunca se ha dedicado a ello como negocio. Ahora, por ejemplo, solo cose para ella y su esposo. “Ya cumplí 38 años de casada. Y si Dios me dejó vivir después de esto, yo sé que nos va a dejar por muchos años más juntos”, declara.

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