Los recuerdos de los días difíciles que vivió su hijo Alan hacen que el relato de Marisol Manrique Ortega esté siempre salpicado de unos sollozos que conmueven a quienes la escuchan.
Alan Giroud Pérez Manrique tiene hoy 8 años y, sin duda, la suficiente resiliencia como para hacerle frente a una enfermedad ante la cual el más duro de los adultos se hubiera doblegado.
“Todo comenzó hacia febrero de 2022, —cuenta Marisol— cuando noté que al niño le venía saliendo una masita en el cuello; al mismo tiempo, se le veía decaído y casi no tenía apetito. La gente me decía que podía ser una papera, pero la masa seguía creciendo. El niño sufría con fiebre frecuente y, cada vez se veía más mal; aunque nunca se quejaba, él mantenía muy calladito”.
Ante la aparición de una fiebre aún más alta, Marisol llevó a su hijo a urgencias, donde informó a los médicos acerca de la masa que el pequeño tenía en el cuello y le describió los demás síntomas. Los galenos le practicaron varios estudios, mediante los cuales determinaron que, a Alan, afiliado a Coosalud EPS, había que hacerle unos exámenes patológicos pues, pese al tratamiento que le habían suministrado durante alrededor de una semana, la masa no cedía, lo que los hizo pensar que, posiblemente, el niño estaba siendo afectado por algún tipo de cáncer.
“Quince días después —prosigue Marisol—, una doctora me hizo saber que los resultados de los exámenes habían arrojado que, efectivamente, mi hijo tenía cáncer y ya estaba en etapa dos. Ahí se me vino el mundo encima, pensé que mi niño se me iba a morir y, a partir de entonces, lloraba mucho por él”.
Pero los médicos la alentaban: “Me decían que no pensara en la muerte, que le diera muchos ánimos al niño, ya que, gracias a que su organismo tenía buenas defensas, había logrado resistir el crecimiento de la masa. Esas defensas también le sirvieron mucho para aguantar el proceso de las quimioterapias”.
Alan fue diagnosticado con linfoma de Burkitt (LB), una forma de linfoma no Hodgkin (tipo de cáncer) caracterizado, precisamente, por su rápido y agresivo crecimiento. De acuerdo con el Instituto Nacional de Cáncer de Estados Unidos (NCI, por sus siglas en inglés), el LB se presenta con mayor frecuencia en niños y adultos jóvenes.
Durante las quimioterapias, el menor comenzó a padecer una afección en los pulmones, por lo cual el tratamiento contra el cáncer debió acompañarse de nebulizaciones. Además, Alan tuvo que ser trasladado desde Cúcuta, su ciudad de origen, a la Fundación Cardio Infantil —La Cardio—, en Bogotá, donde se le practicó una prueba que determinaría el estado de su sistema cardíaco que, por fortuna, marchaba bien, sin complicaciones.
“Otro episodio que recuerdo es que mi hijo se cohibía de salir a la calle, porque le daba pena que notaran que se le estaba cayendo el cabello. Se la pasaba conmigo en la casa y le decía llorando al papá que le comprara una gorra, porque temía que los demás niños se burlaran de él”, detalla la madre, entre lágrimas. Fue así como Alan acumuló una colección de gorras.
Tras los ciclos de quimios, al niño se le practicaron otra serie de exámenes que le devolvieron la esperanza a la familia Pérez Manrique: Alan ya había superado, en un gran porcentaje, la enfermedad.
“Ese día que nos dieron la noticia —dice Marisol— volvimos a llorar, pero, esta vez, de alegría. El niño, el papá y yo nos abrazamos, a la vez que le comunicamos que ya prácticamente estaba curado. Él no podía creerlo, pero después se convenció. Nosotros sabíamos que algo bueno estaba pasando con el tratamiento, porque cuando empezó, el niño tenía una cara muy triste, pero a medida que avanzaba (el tratamiento), su semblante mejoraba”.
Desde que le notificaron su mejoría, Alan disfruta montando bicicleta con Keylon, su hermano menor, quien se tornó visiblemente melancólico tras el diagnóstico, porque la mayor atención se centraba en Alan. Luego, sus padres le hicieron ver que, por su condición de salud, necesitaban estar más pendientes del hijo mayor. “Keylon, poco a poco, fue asimilándolo, hasta el punto de que también quería cortarse el cabello para verse como el hermano”, apunta Marisol.
Uno de los momentos más emotivos en este proceso fue cuando Alan tocó la campana, una práctica que se ha popularizado en el mundo como símbolo de esperanza tras culminar el tratamiento de cáncer. Significa, en últimas, que se ganó la batalla contra la enfermedad.
Los nuevos días de este pequeño guerrero transcurren entre el colegio y las tardes en casa, en las que comparte con su hermano, entre la realización de las tareas escolares y algunos ratos de ocio frente al televisor.
Por su parte, Marisol recuerda el diagnóstico como una situación que la hizo acercarse más a su creencia en Dios, tal como el resto de la familia, que dedicó una cadena de oración diaria para pedir por la sanación definitiva de Alan.
“Ahora —sostiene— les recomiendo a todos los padres que estén pasando algo parecido, que nunca se rindan, que luchen sin descanso, que confíen en la medicina y que fortalezcan su fe en Dios”.
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