Aunque han existido numerosos avances en el tratamiento y la prevención del VIH, este sigue siendo un problema de salud pública que afecta a todos los países y a todos los sectores de la población.
El VIH no discrimina por edad, sexo, raza, etnia, género, orientación sexual, religión o estatus social. Cualquiera puede contraerlo si se expone al virus a través de las vías de transmisión conocidas: las relaciones sexuales sin protección, el uso compartido de agujas u otros objetos punzantes, la transmisión de madre a hijo durante el embarazo, el parto o la lactancia, o la transfusión de sangre o productos sanguíneos contaminados.
En ese contexto, la conciencia se convierte en la clave fundamental para la prevención.
La percepción errónea de que ciertos grupos de personas están más protegidos frente a las infecciones prevalece en la sociedad. Sin embargo, la verdad es que cualquier persona, sin importar su edad, género o posición social, puede encontrarse en el camino de un agente infeccioso. Esta realidad desafía las nociones preconcebidas y destaca la importancia de reconocer nuestra vulnerabilidad compartida.
Desde la infancia hasta la vejez, todos estamos expuestos a diferentes riesgos de infección en diversas etapas de la vida. Los niños pueden enfrentar amenazas específicas debido a su sistema inmunológico en desarrollo, mientras que los adultos y los ancianos pueden tener vulnerabilidades asociadas con condiciones de salud adquiridas. La igualdad en el peligro trasciende las barreras generacionales, recordándonos que la prevención es una preocupación universal.
Contrario a las percepciones comunes, el riesgo de infección no está limitado por el género. Tanto hombres como mujeres enfrentan amenazas similares, aunque las condiciones específicas pueden variar. La conciencia sobre prácticas de higiene, precauciones durante las relaciones íntimas y el acceso a servicios de salud adecuados se convierten en factores esenciales para todos, independientemente del género.
El estatus social no proporciona inmunidad contra las infecciones. Las condiciones de vida, el acceso a la atención médica y la exposición a entornos insalubres pueden afectar a cualquier persona, independientemente de su posición económica. La igualdad en el peligro nos recuerda que la prevención y el cuidado de la salud son derechos universales.
En este panorama de igualdad en el peligro, la conciencia resulta ser la herramienta más poderosa para la prevención. Conocer los riesgos específicos asociados con nuestras acciones cotidianas, comprender la importancia de la higiene y reconocer la necesidad de acceso a la atención médica son pasos fundamentales.
Existen ciertos factores que pueden aumentar el riesgo de contraer el VIH, como la participación en comportamientos de riesgo, la presencia de otras infecciones de transmisión sexual, el consumo de drogas o alcohol, la violencia de género, el estigma o la discriminación, la falta de información o educación, o la limitación del acceso a los servicios de salud. Estos factores pueden afectar de manera diferente a distintos grupos de personas, según sus características, condiciones o contextos.
Por ejemplo, los jóvenes y los adolescentes de 15 a 24 años se ven particularmente afectados por la infección por VIH, debido a que suelen tener relaciones sexuales sin preservativo, tener múltiples parejas sexuales, consumir alcohol o drogas antes del sexo o estar expuestos a la violencia sexual.
Las mujeres y las niñas tienen un mayor riesgo de contraer el VIH, debido a que suelen tener menos poder de negociación sobre el uso del preservativo, sufrir la violencia de género, tener menos acceso a la educación o a los servicios de salud, o estar sometidas a prácticas culturales o religiosas que las vulneran.
Estos son solo algunos ejemplos de cómo el VIH puede afectar a diferentes grupos de personas, pero no significa que solo ellos puedan contraer el virus. El VIH puede infectar a cualquier persona que se exponga al virus, sin importar quién sea o cómo sea.
Existen ciertos factores que pueden aumentar el riesgo de contraer el VIH, como la participación en comportamientos de riesgo, la presencia de otras infecciones de transmisión sexual, el consumo de drogas o alcohol, la violencia de género, el estigma o la discriminación, la falta de información o educación, o la limitación del acceso a los servicios de salud. Estos factores pueden afectar de manera diferente a distintos grupos de personas, según sus características, condiciones o contextos.
Por ejemplo, los jóvenes y los adolescentes de 15 a 24 años se ven particularmente afectados por la infección por VIH, debido a que suelen tener relaciones sexuales sin preservativo, tener múltiples parejas sexuales, consumir alcohol o drogas antes del sexo, o estar expuestos a la violencia sexual.
Los hombres que tienen sexo con hombres, especialmente los afrodescendientes e hispanos/latinos, tienen altos índices de nuevos diagnósticos del VIH, debido a que suelen enfrentar el estigma, la discriminación, la homofobia, la falta de acceso a la prevención o el tratamiento, o la presión social para ocultar su orientación sexual.
Las mujeres y las niñas tienen un mayor riesgo de contraer el VIH, debido a que suelen tener menos poder de negociación sobre el uso del preservativo, sufrir la violencia de género, tener menos acceso a la educación o a los servicios de salud, o estar sometidas a prácticas culturales o religiosas que las vulneran.
Estos son solo algunos ejemplos de cómo el VIH puede afectar a diferentes grupos de personas, pero no significa que solo ellos puedan contraer el virus. El VIH puede infectar a cualquier persona que se exponga al virus, sin importar quién sea o cómo sea. Por eso, es importante tomar conciencia de que el VIH no discrimina, y que todos y todas tenemos la responsabilidad de prevenirlo y de protegernos a nosotros mismos y a los demás.
La mejor forma de prevenir el VIH es evitar la exposición al virus y, para ello, existen varias opciones muy eficaces, como el uso correcto y consistente de preservativos, la profilaxis preexposición (PrEP) o la profilaxis posexposición (PEP), que son medicamentos que se toman antes o después de una posible exposición al VIH, respectivamente; la circuncisión masculina voluntaria, que reduce el riesgo de infección en los hombres, o la prevención de la transmisión vertical, que consiste en el tratamiento de las mujeres embarazadas con VIH y de sus bebés para evitar que el virus se transmita de madre a hijo.
Además de estas opciones de prevención biomédica, también es importante adoptar otras medidas de prevención conductual, como:
Así mismo, es fundamental promover la prevención estructural, que implica eliminar o reducir los factores sociales, económicos, políticos o legales que favorecen la transmisión del VIH, como la pobreza, la desigualdad, la violencia, el estigma, la discriminación, la falta de educación, la falta de acceso a la salud, o la criminalización de las poblaciones clave.
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