Tras año y medio en Bogotá, 22 quimioterapias y ocho radioterapias, el pequeño Juan Daniel, quien hoy tiene 5 años, está sano. Ya se encuentra junto a su familia en su natal Inírida, en el Guainía.
En abril de 2019, Juan Daniel dejó de caminar. Previamente, a finales de marzo, había comenzado a manifestar un dolor intenso en el tobillo derecho, situación que alertó a su mamá, Diana Verónica Ortiz. Lo llevó a urgencias del hospital local, donde, tras una radiografía en la que no se evidenció ninguna anomalía, le indicaron que podía ser que el niño se había lastimado jugando.
Días después, el malestar se le extendió al tobillo izquierdo. En una nueva consulta, el médico manifestó que el menor tenía sobrepeso y eso le estaba afectando la columna. Su recomendación fue que lo llevara como una semana a un lugar donde pudiera nadar y hacer ejercicio. “Nos fuimos para el río, nos quedamos casi ocho días y, o sea, el niño no mejoró de ninguna manera, pero tampoco empeoraba. Yo le dije a mi esposo: «no, mi amor, mi sentido de mamá me dice que las cosas no están bien»”, relata Diana.
Entonces sacó nuevamente una cita por medicina general, en la que solicitó atención por pediatría para su pequeño. “La pediatra lo valoró como por una hora y me dijo que, la verdad, lo mejor era hospitalizarlo para remitirlo (a un centro de salud de mayor complejidad), porque el diagnóstico era nulo; ella no podía decirme qué tenía el niño, pero también tenía la sensación de que no sería positivo (el diagnóstico)”.
En efecto, lo internaron un lunes y el viernes de esa misma semana Juan Daniel Miraval Ortiz y su mamá fueron trasladados desde el municipio de Inírida, capital del departamento de Guainía, donde residen, hasta Bogotá. Allí, el menor fue ingresado al Instituto Roosvelt –que forma parte de la red de servicios de Coosalud, EPS a la que son afiliados–, en el que estuvo alrededor de 20 días para la práctica de diferentes estudios, resonancias y gammagrafías, entre ellos.
Tras no encontrar ninguna aparente irregularidad en su organismo, le dieron salida con cita por hematología en la Fundación Cardioinfantil, programada para 17 de junio de 2019. Ese día, en cuanto empezó a valorarlo, la doctora tocó su hígado y notó que estaba crecido dos centímetros, por lo que prefirió dejarlo hospitalizado.
“Pasó lo mismo. Le hicieron múltiples exámenes y fue valorado por varios especialistas, pero no aparecía nada. El 19 junio, la doctora nos dice que ya se le hizo todo lo que se le podía haber hecho, que ya había buscado todo lo bueno y que, lamentablemente, había que confirmar o descartar lo malo a través de un estudio determinante”, cuenta la mamá de Juan Daniel.
Un aspirado de médula, el 20 de junio, fue el encargado de arrojar su diagnóstico: leucemia linfoblástica aguda de alto riesgo, uno de los tipos de cáncer más comunes en la infancia.
Ese mismo día empezó todo el tratamiento. “La especialista decía que mi bebé podía llegar a ser como un niño de huesos de cristal, porque ya estaba invadido en un 98 % de cáncer y, de remate, se le habían ido células cancerígenas al cerebro, que ese órgano estaba invadido en un 38 %, o sea, tenía que empezar ya sus quimioterapias. Había que mandarle quimio al cerebro para que mataran las células. Dijo también que teníamos que estar preparados para todo, porque, al estar en el cerebro, estas células dañan otros órganos: los ojos, los oídos, y después de que los dañen, no se puede hacer nada. Gracias a Dios eso nunca pasó”, relata Diana, visiblemente conmovida.
Luego de 15 días de quimioterapias –cuenta Diana–, el porcentaje de células cancerígenas en el cerebro de Juan Daniel debía haber bajado significativamente. Sin embargo, aún estaba en 33 % por lo que, de inmediato, fue reportado para estudio de trasplante de médula ósea.
“A los 30 días, le hicieron nuevamente el aspirado de médula y creían que ya no iba a bajar el porcentaje, porque si no había bajado a los 15 días era porque el cuerpo estaba rechazando la quimioterapia y las células cancerígenas seguiría aumentando. Para la gloria de Dios, tuvimos la cita y la doctora dijo que ella no podía creer lo que estaba viendo: el cerebro y la médula estaban totalmente limpios, o sea, no necesitó el trasplante”, explica, con emoción, Diana.
En adelante, Juan Daniel continuó con sus quimios. No obstante, por esos días comenzó a quejarse de un dolor intenso en la espalda. Le suministraban morfina para intentar calmárselo, pero era en vano. “El niño ya no quería comer, no quería tomar nada, porque el dolor era insoportable. Entonces le dije a los doctores que debíamos hacer algo, porque él no podía continuar así; si ya estaba mejorando, no íbamos a retroceder. Le mandaron una resonancia y, efectivamente, tenía cuatro fracturas en las vértebras: la L1, la L2, la L4 y la L5”.
Debían ver si el problema en las vértebras estaba afectando su columna porque, de ser así, era necesario practicar una cirugía. Por fortuna, tras las pruebas, se definió que su manejo solo debía ser a través del uso de un corsé. “De acuerdo con los médicos, sin ese corsé, él no iba a poder ni sentarse, pero, en realidad, solo lo utilizó dos veces: el día que lo recibimos y otro día que fue a una cita, nunca más lo necesitó. La doctora dijo también: «si él vuelve a caminar, camina después de ocho meses, y Juan Daniel caminó al mes y medio de estar en tratamiento»”, comenta su mamá.
Para Diana, el caso de Juan Daniel ha sido una secuencia de milagros. “El suyo es un testimonio de vida, de lucha, de esperanza. Cuando nosotros llorábamos él decía, «no lloren, papitos, yo voy a estar bien, yo voy a volver a caminar, yo me voy a mejorar». Él nos daba ese ánimo para salir adelante y para luchar y, o sea, si no se derrumbaba él, que era quien estaba en su tratamiento, ¿por qué lo íbamos a hacer nosotros?”.
Y Juan Daniel cumplió su “promesa”. Tras año y medio en Bogotá, 22 quimioterapias y ocho radioterapias, el pequeño, que hoy tiene 5 años, y su madre, retornaron a Guainía el 10 de octubre de 2020. Desde entonces, ha permanecido en su casa con la patología controlada únicamente por dos medicamentos. En los próximos días tiene una cita para determinar la continuidad de su tratamiento. Se espera que, con el nuevo aspirado de médula, se identifique que se encuentra libre de la enfermedad. Si así resulta, en adelante, solo debería asistir a controles periódicos durante alrededor de dos años.
En su hogar, Juan Daniel se conecta a sus clases virtuales de la Institución Educativa Luis Carlos Galán Sarmiento, en su natal Inírida, en donde cursa transición. Según su mamá, no le gusta mucho hacer tareas, pero es muy juicioso e inteligente. No ve la hora de que le quiten el catéter –que permanece fijado en el cuerpo desde el inicio de su tratamiento–, porque quiere empezar a practicar fútbol. Le encanta este deporte y le gustaría ser arquero. Por ahora, mientras puede comenzar sus entrenamientos, disfruta sus ratos libres pateando el balón en compañía de su hermano mayor, Jhonatan Felipe.
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