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Titán de la solidaridad

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El miedo, la incertidumbre y el pánico ocupan hoy parte de nuestros pensamientos, en algunos en mayor o menor proporción. Sentimos la amenaza de una enfermedad que no esperábamos y de la cual recibimos un bombardeo constante de información, estadísticas llenas de cifras aterradoras, testimonios desgarradores, enfrentados con medidas de prevención, consejos prácticos y hasta memes que buscan sacarnos la mejor sonrisa en medio del aislamiento social.


Ante la propagación mundial del coronavirus, por fortuna han surgido cientos de acciones solidarias, y de ellas dan cuenta los medios de comunicación, pero poco se habla del trasfondo, del efecto positivo que el COVID-19 ha causado en la sociedad. Tal como lo expresó Isamel Quintanilla, psicólogo social valenciano, la pandemia nos confirma la importancia de la solidaridad: “En estos momentos, la pandemia ha canalizado más la solidaridad que el egoísmo, se ha aceptado mejor la idea de los modelos colaborativos, la ayuda, porque la sociedad ha asumido que con una actitud egoísta no va a poder afrontar esta crisis y salir de ella”.

Y es que el altruismo es innato al ser humano, la solidaridad mantiene unidas a las personas en todo momento, sobre todo cuando se viven experiencias difíciles. Y de eso sí que sabe Claudia Urrego, luchadora incansable, Titán Caracol de 2019, quien cuatro veces le ha ganado la batalla al cáncer. Su enfermedad se le convirtió en la mejor excusa para ayudar a otros.


“Cuando yo recibí el tercer diagnóstico de la enfermedad, en vez de enfocarme en cuántos días o meses me quedaban, sentí que era un llamado a la vocación y al servicio; a darle nombre, forma, norte y estructura a algo que de manera loable y altruista yo venía haciendo. Pasaba con una bolsita por los puestos de mis compañeros de trabajo recogiendo y ellos me echaban una moneda, un billete. Yo recibía desde 100 pesos hasta 5.000, 10.000 o 20.000 y llevaba refrigerios a las salas de quimio, daba para los pasajes”.

Poco a poco esa bolsita se fue llenando y cuando, supuestamente, no había sanación para su enfermedad, en abril de 2007, en compañía de 10 personas más, la mayoría diagnosticadas, crearon Fundayama, para ayudar a las personas que padecen de cáncer y sus familias.


Se le quiebra la voz al recordar los estragos de la enfermedad. En el 2009 su vida pendió de un hilo, y eso se convirtió en un motivo para continuar con la fundación que edificó desde la sala de su casa y que hoy tiene sede propia, una completa asistencia clínica, terapéutica y jurídica, beneficia a 3.500 personas y se mantiene de la solidaridad de muchos.

“Se trata más de inspirar a los otros, de que otros comprendan y se sumen. Más allá de lo que tienes, el deseo de poder ayudar, eso va creando toda una red de apoyo y de solidaridad”, apunta Urrego.

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