Aunque para muchas mujeres el momento en el que comienza a caerse el cabello, producto de las quimioterapias, implica cierto choque emocional, cada proceso es distinto y ella, en particular, lo rememora con gracia y jocosidad. “Yo más que todo me reía de mis cosas. O sea, nunca lo tomé como a mal, siempre me reía. Cuando se me cayó el pelo, el pelo ‘bailaba’ aquí por toda la casa. Eso para mí era todo risa. Mi actitud siempre fue positiva. De hecho, yo duré tres años calva, sin pelo. Me compré unas pelucas, me las ponía y me iba para mis discotecas”.
Lo sorprendente de su historia sucedió en esa misma época en la que Miriam estaba recibiendo quimio y radioterapias. “Yo empecé a sentir maluqueras, cosas normales, eso todo me lo daba la quimioterapia, que me ponía a vomitar, me mantenía con muchas náuseas, con mareos… pues yo pensaba que era eso. Como a mí me hacen chequeos cada seis meses, en uno, me mandaron un examen de abdomen total. En esa ocasión, le dije a mi doctora: «Doc, imagínate que me siento con la barriga muy grande. Me he puesto muy barrigona, me da miedo que tenga un tumor, que tenga algo. No sé, mírame bien». Y ella me dijo: «Bueno, vamos a revisarte a profundidad». Y me revisó”.
- Miriam, si tú supieras qué tienes en la barriga.
- ¿Qué, doctora?, ¿tengo cáncer otra vez?
- No, tienes un bebé. Tiene seis meses y es un varón.
Miriam quedó “en shock”. La recomendación médica inicial era practicar una interrupción del embarazo, porque era muy probable que la salud del bebé hubiese resultado afectada por los procedimientos. “Me remitieron al ginecólogo, él me revisó y me dijo: «No, el niño está muy grande, no me atrevo a sacarlo así. Si Dios permitió que él estuviera camuflado hasta este día, es porque tiene su propósito para él». Y yo le dije: «Yo lo voy a tener, doctor, porque yo sé que el niño está bien»”.
El paso siguiente fue suspender el tratamiento mientras Jesús David —como lo nombró— llegaba al mundo. Le ordenaron una ecografía especializada para ver cómo se encontraba su hijo. En adelante, asistía a sus controles prenatales con regularidad. “Me salió todo bien, superbién. Me lo sacaron de 36 semanas, es decir, a los ocho meses. Nació en 2013”.
Luego, su voz se entrecorta y solloza: “Cuando yo lo veo, yo muchas veces lo pienso y me digo: «Dios mío, yo pude haberlo matado». Pero Dios me lo regaló y me ha permitido criarlo. Me ha permitido verlo crecer, estar con él. Y él es el más noble de mis hijos”.
Tras una cirugía, 15 quimioterapias y 25 radioterapias, Miriam fue declarada libre de la enfermedad. Ahora, se mantiene con una pastilla de quimio oral, que se toma todas las noches, revisiones cada seis meses para confirmar que el cáncer esté controlado.