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Un bebé inesperado, el milagro que acompañó a Miriam en su lucha contra el cáncer

Mientras enfrentaba la batalla más difícil de su vida, Miriam recibió el regalo más preciado: la vida. Un bebé inesperado que se convirtió en su mayor fuente de fortaleza y esperanza. Ella es la protagonista del segundo capítulo de ‘Historias que nos mueven’.

Todo comenzó por una costumbre coloquial, una acción que algunas mujeres suelen hacer: introducirse la mano en el brasier para guardarse el dinero. Ahí piensan que está “más seguro”. Sentir algo distinto en su seno, un bulto, una anomalía, despertó sus alertas. “Me fui con mis hijas al centro a comprarles ropa. Y cuando iba a sacarme el billete, me sentí (en el seno) una bola extraña, grande. Y pues me preocupé un poquito. A los dos días, fui al médico”, recuerda Miriam Rincones, con una mezcla de serenidad y asombro.
 
La confirmación de su temor llegó poco después, tras una ecografía diagnóstica en la que le encontraron una masa que apuntaba a ser cancerígena, e irrumpió en su vida durante una temporada que había soñado. “En esos tiempos estaba planificando mi matrimonio; me iba a casar con mi esposo; ya teníamos viviendo juntos muchos años, pero nos quisimos casar”.
Y continúa: “Me hicieron el examen, la biopsia, y justo el día de mi matrimonio tenía que ir por los resultados. Cuando llegué al hospital, iba a entrar y luego dije: «No, yo no me voy a amargar la vida con esa biopsia, vámonos para atrás, vámonos». Bueno, y nos fuimos a celebrar la fiesta. Después fui y, sí, tenía cáncer. Ese primer día sí me dio un poquito duro, pero, la verdad, no le presté como mucha atención”.
 
Para ella, la prueba más dura, sin duda, fueron las quimioterapias. “Lo peor de tener cáncer son las quimios —afirma tajante—. Y sí, la enfermedad me trajo cosas negativas, pero me trajo también muchas positivas. Conocí a muchas personas en el área de la salud, personas que hoy en día me aprecian mucho y a las cuales yo también aprecio mucho”.
 
Sabía que su batalla contra el cáncer era una carrera contrarreloj y, aun cuando reconoce que no fue un proceso fácil, Miriam estaba decidida a no dejar que la enfermedad le robara la alegría y vitalidad. “Mi vida no debía dejar de ser normal. Me hacía mis quimios y, cuando ya se me pasaba la reacción, porque duraba como 15 días aquí así toda ‘sonámbula’, pero ya al sábado siguiente, me vestía y me iba con mi esposo a ‘discotequear’, a fregar por ahí”.
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Aunque para muchas mujeres el momento en el que comienza a caerse el cabello, producto de las quimioterapias, implica cierto choque emocional, cada proceso es distinto y ella, en particular, lo rememora con gracia y jocosidad. “Yo más que todo me reía de mis cosas. O sea, nunca lo tomé como a mal, siempre me reía. Cuando se me cayó el pelo, el pelo ‘bailaba’ aquí por toda la casa. Eso para mí era todo risa. Mi actitud siempre fue positiva. De hecho, yo duré tres años calva, sin pelo. Me compré unas pelucas, me las ponía y me iba para mis discotecas”.
Lo sorprendente de su historia sucedió en esa misma época en la que Miriam estaba recibiendo quimio y radioterapias. “Yo empecé a sentir maluqueras, cosas normales, eso todo me lo daba la quimioterapia, que me ponía a vomitar, me mantenía con muchas náuseas, con mareos… pues yo pensaba que era eso. Como a mí me hacen chequeos cada seis meses, en uno, me mandaron un examen de abdomen total. En esa ocasión, le dije a mi doctora: «Doc, imagínate que me siento con la barriga muy grande. Me he puesto muy barrigona, me da miedo que tenga un tumor, que tenga algo. No sé, mírame bien». Y ella me dijo: «Bueno, vamos a revisarte a profundidad». Y me revisó”.
  • Miriam, si tú supieras qué tienes en la barriga.
  • ¿Qué, doctora?, ¿tengo cáncer otra vez?
  • No, tienes un bebé. Tiene seis meses y es un varón.
Miriam quedó “en shock”. La recomendación médica inicial era practicar una interrupción del embarazo, porque era muy probable que la salud del bebé hubiese resultado afectada por los procedimientos. “Me remitieron al ginecólogo, él me revisó y me dijo: «No, el niño está muy grande, no me atrevo a sacarlo así. Si Dios permitió que él estuviera camuflado hasta este día, es porque tiene su propósito para él». Y yo le dije: «Yo lo voy a tener, doctor, porque yo sé que el niño está bien»”.
 
El paso siguiente fue suspender el tratamiento mientras Jesús David —como lo nombró— llegaba al mundo. Le ordenaron una ecografía especializada para ver cómo se encontraba su hijo. En adelante, asistía a sus controles prenatales con regularidad. “Me salió todo bien, superbién. Me lo sacaron de 36 semanas, es decir, a los ocho meses. Nació en 2013”.
 
Luego, su voz se entrecorta y solloza: “Cuando yo lo veo, yo muchas veces lo pienso y me digo: «Dios mío, yo pude haberlo matado». Pero Dios me lo regaló y me ha permitido criarlo. Me ha permitido verlo crecer, estar con él. Y él es el más noble de mis hijos”.
 
Tras una cirugía, 15 quimioterapias y 25 radioterapias, Miriam fue declarada libre de la enfermedad. Ahora, se mantiene con una pastilla de quimio oral, que se toma todas las noches, revisiones cada seis meses para confirmar que el cáncer esté controlado.
Haber transitado por la enfermedad la dejó tan llena de vida que hace poco más de un año por fin decidió montar su emprendimiento: ‘Manitos creativas’, dedicado a la organización de fiestas infantiles, quinceañeros, matrimonios, grados y todo tipo de actividades sociales. Según relata, presta sus servicios dependiendo de los requerimientos de sus clientes. Algunos solo necesitan el alquiler de mobiliarios, mientras que a otros les ofrece el servicio completo, que incluye desde la gestión de alquiler del espacio hasta la decoración y el servicio de buffet. También trabaja manualidades en madera country y otro tipo de materiales para decoraciones de alcobas, lencería… “Esto me encanta; me fascina siempre estar inventando cosas nuevas para las decoraciones. O sea, me entretiene mucho y me da un ingreso”.
 
De una u otra manera, su esposo, Jorge Luis Bermúdez, y sus seis hijos: Verónica, Angie, Miguel Ángel, Valery, Jorge Luis y Jesús David, la apoyan con su negocio. Según su disponibilidad, la acompañan al montaje de los eventos. Incluso cada uno tiene su camiseta brandeada con el nombre del emprendimiento.
 
“A Dios nada más le pido vida, porque del resto yo me encargo. Solo pido vida y salud. Yo sí estoy pendiente de mi salud, porque tengo unos hijos y unos nietos a quienes quiero ver crecer. Quiero llegar a viejita, que mis nietos me mamen gallo, que me cojan de parche”, comenta entre risas.
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