Con solo semanas de nacida, Sharoll enfrentó un diagnóstico médico que la obligó a depender de un trasplante de hígado. Cuando cumplió su primer año, tuvo la oportunidad de un futuro saludable. Conoce aquí su historia.
Sharoll es la niña consentida de la casa. La luz de los ojos de Yesica, su mamá. Quizá porque desde muy pequeña tuvo que centrar toda la atención en su cuidado, pues lejos de una infancia convencional, la de Sharoll estuvo marcada por visitas regulares al médico desde sus primeros días de vida.
“Todo empezó en la segunda semana de nacida —relata Yesica Paola Pérez—, en la cual la niña empieza a presentar la barriga extendida, color amarillo en la piel, en los ojos; el popó blanco, y ahí es cuando decidimos llevarla a medicina general. Los médicos creían que era por bilirrubinas, que debía sacarla al sol y ya, pero al ver que no mejoraba, optamos por ir con otro doctor para una segunda opinión. Este la ve y detecta que hay algo extraño, así que la remite al pediatra. Ese mismo día la hospitalizan de inmediato, porque se dan cuenta de que el hígado está aumentado de tamaño”.
A los tres meses de nacida, según la narración de Yesica, tras varios estudios diagnósticos, los médicos confirmaron que Sharoll Correa Pérez tenía cirrosis hepática y hepatitis neonatal, por lo que la pequeña necesitaría un trasplante de hígado para garantizar su supervivencia. Sin embargo, en su natal Cartagena no se contaba con la capacidad instalada para realizarle esta intervención, por lo que se plantearon tres opciones: Bogotá, Cali o Medellín. “Y ahí es donde pues entra a colaborarnos la EPS. Estoy agradecida primeramente con Dios y, luego, con Coosalud, que fue la que empezó a gestionar todas las atenciones de la niña”.
En la Fundación Valle de Lili, en Cali, a donde llegaron cuando Sharoll se encontraba en su séptimo mes de vida, confirmaron que, efectivamente, la menor necesitaba un trasplante. Cinco meses después, cuando ya tenía un año, regresaron a Cali para iniciar el protocolo. Para entonces, el diagnóstico había cambiado, no se trataba de una cirrosis hepática, sino de una atresia de las vías biliares (obstrucción de los conductos que transportan la bilis del hígado al intestino delgado), pero, en todo caso, necesitaría el procedimiento, por lo que fue incluida en lista de espera de donantes. “A los tres meses de estar en esa lista aparece un donante cadavérico y le hacen el trasplante. La cirugía fue el 28 de agosto de 2012”, apunta Yesica.
Pero para llegar a ese momento, primero hubo que enfrentar otras pruebas. “Después de que a ella le hacen el protocolo, nos vamos al hogar de paso para donde nos enviaba la EPS en Cali. Durante esos 18 días que duró en el protocolo, Sharoll se complicó, estuvo al borde de la muerte, se puso muy mal. La barriga se le extendió más, se le puso brillante, pensábamos que se le iba a estallar, parecía como una mujer a punto de dar a luz y pues, a raíz de esa complicación le dieron prioridad en la lista de espera”, comenta Yesica visiblemente conmovida.
—Mamá, venga, imagínese que apareció un donante para Sharoll, véngase rápido para la clínica— escuchó Yesica al otro lado del teléfono y, de inmediato, se dirigió a la institución donde atendían a su hija.
Sin embargo, teniendo en cuenta que hubo que hacerle una transfusión de sangre, porque la niña tenía la hemoglobina en 7g/dL (gramos por decilitro) y con ese nivel no era posible hacerle la intervención (el nivel normal en un bebé de su edad debe ubicarse a partir de 11g/dL), para el momento en el que terminó el procedimiento ya el hígado del donante se había deteriorado y no podían trasplantárselo así. Una semana después, nuevamente se comunicaron con ella tras la aparición de otro donante.
“En la clínica me explican que del hígado que habían traído le iban a colocar una parte a Sharoll y la otra a una señora como de 50 años que yo alcancé a ver, pues el hígado es el único órgano que puede regenerarse y volver a crecer hasta su tamaño normal, entonces lo iban a compartir. Y bueno, nuevamente le hicieron la transfusión a la niña y, cuando estaba lista, llega el cirujano y me dice: «Mamá, imagínese que la parte que le vamos a colocar a Sharoll no tiene casi vascularidad (red de vasos sanguíneos que permiten la circulación de sangre en el hígado) y así no me atrevo a hacerle la cirugía»”.
Yesica asegura que, si bien no era fácil enfrentarse a estas situaciones, en Dios encontraba la fortaleza para no derrumbarse. En la tercera ocasión que la llamaron sí ocurrió el milagro, como ella misma lo define. La pequeña ingresó a cirugía a las cuatro y media de la madrugada y permaneció en esta durante siete horas. “Todo había salido perfecto, excelente. Por protocolo, a ella la meten a UCI y se ha quedado en mi mente el momento en el que entré a verla y sentí un gran impacto cuando vi a mi niña con tantos cables, con tantos aparatos en su cuerpecito, yo pensaba que eso se veía solo en televisión”, describe.
Y continúa: “A la hora de trasplantada, Sharoll empezó con un sangrado y el doctor me dice que hay que meterla nuevamente a cirugía, pues no sabían el origen de ese sangrado. Yo recuerdo que me tiré en el piso de ese pasillo y empecé a aclamarle a mi Dios, le pedía que, apenas empezaran a abrirla, ahí estuviera el problemita y que no fuera de mayor gravedad. Y así se dio, y tengo por testimonio la cicatriz de Sharoll, que en el inicio, como en un pedacitico, la tiene más gruesa y de ahí para allá es más delgada, porque los médicos medio la abrieron y se dieron cuenta de que había una arteria que estaba partida, la ligaron, la acomodaron y listo”.
El proceso después de la cirugía duró cuatro meses, durante los cuales Sharoll y su mamá permanecieron en Cali. 25 días después de la intervención quirúrgica, cuando ya había recibido el alta médica, la niña empezó a presentar rechazo al hígado, y la hospitalizaron nuevamente. Ahí permaneció un mes y ocho días, tiempo en el que detectaron un problema en la vía biliar, por lo que fue necesario colocarle un dren. Cada tres meses, se lo revisaban, se lo cambiaban y así sucesivamente. “Yo debía hacerle las curaciones y, para mí, siendo su mamá, eso me daba mucho temor, porque ella estaba muy pequeña; me daba temor que se fuera a jalar ese tubo y, de hecho, en dos ocasiones lo hizo, se lo alcanzó a sacar y a mí me tocó metérselo nuevamente. Fue un proceso en el que vivíamos con el corazón en la mano, con angustia, diciéndole «no brinques», «no corras», o sea, daba impotencia que queríamos que ella hiciera su vida normal pero no se podía, por miedo a que se le fuera a salir de esa manguera. No podíamos mandarla al colegio”.
Después de cinco años, en la última valoración, el especialista le explicó a Yesica que la vía biliar de Sharol ya se había normalizado, por así decirlo. La “vida normal” que había soñado para su hija ya estaba tocando a su puerta.
Hoy, a sus 13 años, la rutina de Sharoll consiste en despertarse hacia las 9 o 10 de la mañana: “Cuando siento que ya tengo calor, que estoy sudando, a esa hora me levanto”, comenta la niña con picardía; después usa el computador para hacer sus tareas y luego se pone a dibujar que es, sin duda, su pasatiempo favorito.
Más tarde, se alista para ir al colegio y regresa a casa, donde comparte con sus padres, su hermana mayor, su abuela paterna y sus tíos, que residen en una casa contigua. También disfruta sus días en la iglesia a la que asiste cuatro veces por semana: “Voy todos los martes, miércoles, viernes y domingos y me siento a gusto porque estoy agradecida con Dios por lo que hizo en mi vida, porque tuvo piedad de mí, por darle fuerza a mi madre para seguir luchando y nunca caer derrotada”.
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