Las edades de Carola, Manuel y Elvia suman 305 años. Son tres de las personas más longevas residentes en Sucre. En este departamento, Coosalud EPS concentra 3.825 usuarios que ya cruzaron el umbral del siglo de vida, 215 de ellos, incluidos los protagonistas de esta historia, son afiliados desde que la EPS nació, hace 29 años.
Los tres han sido testigos de grandes hechos históricos y avances tecnológicos, desde el descubrimiento y aplicación de vacunas para erradicar virus, como la viruela, hasta el uso de robots para la práctica de cirugías. La mayoría de ellos coincide en que el secreto para alcanzar ese grado de vitalidad, más allá de la alimentación o las rutinas, son estrategias espirituales, como una alta autoestima, la empatía y la práctica del perdón.
Nacida un 11 de febrero, ya cumplió sus 105 años, los cuales ha cultivado —según dice— queriéndose a sí misma y dando abrazos a familiares y coterráneos.
“Yo quiero a todo el mundo —recalca con su voz pausada—. Ahora vivo con una nieta que me quiere mucho. Se llama Adelaida. Pero tengo muchos más nietos que me han dado mis ocho hijos”.
Al parecer, el número de nietos también es elevado como para guardarlos sin tropiezos en su memoria centenaria. Por eso, solo alcanza a divisar los nombres de Rafael y Abelardo. “Los demás nombres se me olvidan, pero apenas los veo, sé que son mis nietos”, expresa sonriendo.
Asegura no haber padecido muchas enfermedades, debe ser porque desde muy joven creó una rutina de vida de la que nunca excluyó las visitas al médico: “Ahora lo visito cuando me siento algún dolorcito, y el doctor me manda algo para que se me quite. Pero la mayoría de las veces, me siento bien”.
Tan bien se siente que uno de sus pasatiempos preferidos es leer cualquier libro que caiga en sus manos, sin tener que ponerse lentes, porque su sentido de la vista continúa tan ‘20/20’ como cuando tenía 15 años. También se distrae viendo lo primero que salga en la televisión, pues no tiene predilección por ningún tipo de programa.
Cada mañana, después de levantarse, Carola entra al baño, toma café y desayuna lo que le pongan. “Porque, hasta el momento, ninguna comida me ha hecho daño”, apunta.
Insiste en que se siente muy feliz en medio de sus hijos y nietos, pero que detesta a la gente mentirosa, aunque, afortunadamente, todas las personas que ella dice querer y que la quieren “son francas y transparentes como la lluvia sucreña”.
Aunque en Colombia, según las cifras más recientes reportadas por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), 22.945 personas tienen más de 100 años —de las cuales 8.521 son hombres y 14.424 son mujeres—, llegar a esta edad no deja de ser una hazaña si se tiene en cuenta que la expectativa de vida en el mundo es de 73,4 años. Solo el 0,008% de la población mundial, correspondiente a alrededor de 621.000 personas, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) lo consigue.
Sin embargo, según estimaciones de las Naciones Unidas, para mediados de este siglo, la esperanza de vida promedio sobrepasará los 77 años. Este incremento se sustenta en el hecho de que, durante los últimos dos siglos, la longevidad ha experimentado un aumento constante a nivel mundial, gracias al desarrollo de vacunas, antibióticos y una mejora en las condiciones de saneamiento. Coosalud se mantiene alineada a este contexto, teniendo en cuenta que uno de sus propósitos como EPS es aumentar los años de vida saludable de sus afiliados.
Es otro de los centenarios en Sucre. Ya alcanzó los cien años y es de pocas palabras. “No hemos nacido pa’ semilla —menciona cuando le hablan acerca de la muerte—”.
“Uno tiene que aceptar que nació para morir”, sentencia, de manera concluyente.
Aún así, asiste juicioso a sus controles médicos de rutina. Entre los más recientes está el del 8 de septiembre pasado, en el que le practicaron un examen para monitorear su ritmo cardiaco.
Por su parte, cumplirá pronto sus 101 años. Nació en Pueblo Nuevo, municipio del departamento de Córdoba, aunque reside en Sincelejo. A nivel nacional, Coosalud tiene caracterizados un total 6.793 usuarios de al menos 100 años, en 21 departamentos.
“Yo tuve diez hijos, entre esos a un par de mellas. Pero cualquier día los médicos dijeron que me iban a operar para que no pariera más. Y hasta ahí llegó la paridera”, relata, haciendo gala de una voz que todavía se presiente diáfana y portentosa.
Entre otras cosas, todavía tiene suficiente memoria como para acordarse de que sus padres se separaron cuando ella aún estaba muy pequeña, de manera que le tocó pasar toda su niñez y juventud al lado de su madre.
“Yo me acostumbré a comer de todo, porque mi mamá trabajaba bastante y así se fue haciendo sus crías de animales. Tenía gallinas, cerdos, patos, chivos, de todo…”, detalla sin tropiezos hasta divisar la fecha cuando, aun exquisitamente joven, se conoció con el que sería el padre de sus diez hijos.
“Él era un hombre trabajador y muy bueno conmigo. Me trataba con cariño, jamás me pegó, ni me gritó. Pero un día se enamoró de una muchacha y se fue a vivir en una finca, donde trabajó, tuvo hijos y compró un carro en el que transportaba lo que producía la finca”.
Sobre esta página de su vida cuenta con mucho orgullo que sus hijastros aprendieron a quererla mucho, en correspondencia a que ella les prodigó mucho amor: “Porque ellos no tenían la culpa del error que cometió su papá. Por eso a mí nunca me ocurrió ir a pelear con la mamá de esos pelaos. Ella estaba en su puesto y yo en el mío. Lo único que le pedía al papá era que no abandonara a mis hijos”.
Y la petición fue efectiva: periódicamente el esposo enviaba a los hijastros con el carro lleno de los productos de la finca, de modo que Elvia solo tenía que dedicarse a la modistería para terminar de cubrir los gastos de la casa.
“Nunca tuve que pagar para que mis hijas se vistieran, porque los vestidos se los hacía yo misma; pero también les regalaba ropa a mis hijastros. Ellos decían que yo los quería más que su misma mamá. El día que esa señora murió, el mayor de ellos fue a avisarme y, de paso, me dijo que no sentía tanto el vacío porque me tenía a mí”.
Cuando se le pregunta por la fecha de su nacimiento, solo se acuerda de que fue un 14 de diciembre, por lo cual las hijas deben recordarle el año: 1922. Pero cuando le preguntan por su secreto para coronar la centuria, no duda en responder que es el amor que ha dado a sus hijas y a todo el que ha estado a su lado.
“El perdón también ayuda a vivir bastante —continúa—. Si Dios perdona, uno también tiene que perdonar. Yo perdoné al papá de mis hijos por lo que me hizo. Nunca les guardé rencores ni a él ni a sus hijos. El mayor de mis hijastros un día me dio las gracias por haber perdonado a su mamá. Cuando mi esposo se estaba muriendo, me decía que me fuera con él, pero yo le respondía que no podía acompañarlo, porque mis hijas todavía me necesitaban”.
Recalca que su mayor felicidad es cuando se ve rodeada de sus hijos y nietos, incluso de los hijos de sus hijastros, a quienes también considera sus nietos.
También suele referirse a la juventud actual como “un poco de pelaos que no sirven pa’ na’”, pero después suaviza el comentario y les aconseja que, si quieren tener dinero, “tienen que trabajar con seriedad, como hacían los hombres de antes”.
Su entretenimiento preferido era visitar a sus hijas, pero desde que empezó a sentir que la antigua fortaleza de sus piernas la venía abandonando, entonces pidió que fueran ellas quienes periódicamente la visitaran.
“Ya yo no sirvo pa’ na’”, dice, acordándose de los tiempos en que compró una máquina de coser para terminar de criar a sus hijas sin tener que ponerles un padrastro.
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