En diciembre de 2017, los 200 niños del barrio 25 de Diciembre de Valledupar quedaron muy tristes porque la señora Gregoria Encarnación Trillo estaba operada.
Desde que ella llegó al barrio, durante 14 años, tenía la costumbre de hacer un pesebre frente a su casa y, la noche del 24, le daba un detalle a cada niño, envuelto en papel de regalo y con tarjeta.
Le habían amputado el seno izquierdo. Los médicos le recomendaron reposo, y sus cinco hijos, tres nueras, dos yernos y 10 nietos se dedicaron a atenderla, después de que la promotora de Coosalud, vestida con su uniforme verde y blanco, fue a su casa a una visita de rutina para actualizar la ficha de afiliada y le preguntó:
– ¿Usted se hizo la citología?, ¿se hizo la mamografía?
– Sí, pero no se la llevé al médico.
– Debe llevársela al ginecólogo.
– ¿Por qué?, ¿hay algo raro?
– Mejor que vaya pronto, señora Gregoria, y enséñele estos resultados.
El ginecólogo Fabio Olivella, de la Oncológica Buenos Aires, revisó los exámenes y le dijo que había una mancha negra, así que le mandó una biopsia y una ecografía. Le tomaron tres muestras para la biopsia. Gregoria pensó entonces que algo andaba mal, salió del consultorio y se sentó a llorar. Había ido sola porque pensó que era un examen de rutina.
Su hija mayor, enfermera, se apersonó de la casa y, un mes después, se enteraron de los resultados: positivo.
Inmediatamente comenzó la quimioterapia. A la segunda quimio el pelo se le cayó, se deprimió y, detrás de ella, toda la familia, y Gregoria entendió que ella dar ejemplo de fortaleza.
Había que practicarle una mastectomía y decidieron que, en lugar de que fuera un cuadrante, se hiciera total, para aminorar los riesgos.
Recuerda que su papá murió de cáncer de próstata, porque se descuidó con los chequeos y, ocho años después de su cirugía, descubrieron que el tumor había regresado, más voraz, y ya estaba en fase avanzada.
Gregoria estuvo cinco horas en una cirugía ambulatoria, pero con un drenaje que ella misma tenía. Tubitos, sondas, para recoger todo el líquido del drenaje.
Siempre rodeada de su familia, que no la dejaba ni lavar un plato, se quitaban las camisas y las gorras para cubrirle la cabeza. Le hicieron 39 de las 40 quimioterapias programadas y 32 radioterapias. Hasta que le detectaron la machota negra en el seno, nunca sintió ninguna masa extraña en su mama.
Gregoria trabajaba como comerciante. Todos los días de la semana se iba para los pueblos cercanos: La Junta, San Juan, Los Molinos, Villanueva, Urumita, Torrejas, a vender sus mercancías puerta a puerta. Llevaba un coche de bebé lleno de mercancía y, a las cuatro de la mañana, se montaba en un bus para regresar a su casa en Valledupar al caer la noche. Tiempo atrás, su hija de 8 años cuidaba a sus hermanitos de 7, 5, 4 y 3 años. Los dejaba en la escuela o en la guardería y regresaba a casa a hacerles el almuerzo, o servir lo que Gregoria había cocinado por la noche. Cuando los otros cuatro ya estaban en la casa, la mayor los dejaba encerrados y se iba a estudiar por las tardes. Y así, todos los días.
Aunque ya está recuperada, sus hijos no le permitieron salir a trabajar más a los pueblos vecinos. Por esas calles se quedó una platica sin cobrar.
Los niños del barrio ya saben que este año en su casa habrá pesebre comunitario y que cada uno tendrá su presente. Gregoria va por los comercios, otra vez, pidiendo regalos. Ya la conocen.
“Hay que ayudar siempre a los demás. Dios observa y apunta”, dice Gregoria, mientras comparte con sus hijos que han llegado esta mañana a visitarla. Unos la abrazan, otros la peinan, y la nieta pequeña le trajo su corona de papel, porque hubo un desfile de modas en la escuela y ella era la princesa. Beatriz, Gustavo, Antony, Jeison y Gema; y sus nietos, Kleyner, Mariana, Valeria, Kayner, Antony y Maximiliano la cuidan y motivan.
La próxima semana tiene que ir, con un acompañante, al chequeo bimestral en la Clínica Bonnadona de Barranquilla, porque le pidió a Coosalud que la tratara el doctor Rogelio Bravo, en quien ella confía.
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