Historias de vida
20 años, fuertes síntomas y positiva para covid-19
El 23 de marzo, cuando poco se sabía de la pandemia del coronavirus en Colombia, en una apartada vereda del municipio de Curití, Norte de Santander, una trabajadora del campo, de tan solo 20 años, comenzó a sentir todos los síntomas asociados al virus que repetían por televisión.
Yaritza, casada, y con un hijo de 4 años, llamó desde un celular al #922, la línea de atención de Coosalud, su EPS desde hace seis años, y les comentó que sentía una gripa muy fuerte, que “la cabeza le iba a explotar”, que los músculos le dolían, a duras penas se podía levantar de la cama; tenía vómitos y fiebre de 39 grados. No tenía dificultades respiratorias y tampoco sintió ninguna alteración en el olfato.
De inmediato, un equipo médico sanitario se trasladó desde el hospital de Curití hasta la finca donde ella reside, para realizarle la prueba RT-PCR, la indicada para el diagnóstico de covid-19. Le dejaron un kit de protección con tapabocas, gel antibacterial, alcohol y guantes. Le recomendaron lavarse las manos continuamente y, lo principal, aislarse.
Ese día, todos los pobladores de la vereda vieron la ambulancia que llegaba a su casa, y a los trabajadores sanitarios bajarse de esta, vestidos con uniformes de protección biomédica.
El 31 de marzo llegaron los resultados: positivo para covid-19. Ella fue la primera en contagiarse del municipio y, tal vez, de su departamento.
No tenía dónde aislarse. Su suegro, cuya vivienda queda cerca, acababa de salir del hospital después de un infarto, su suegra sufre de asma y el adulto mayor que vive con ellos tiene 93 años. En síntesis, sus familiares cercanos estaban clasificados como población de riesgo frente al virus.
Se quedó en su casa con su esposo, de 27 años, también jornalero de la agricultura, y con su hijo. La residencia solo tiene una habitación, por lo que ella dormía en una cama, y su esposo y su niño, en la otra.
No cocinaba y seguía todos los protocolos de protección que le indicó la gerente de la sucursal de Coosalud, así como los socializados por los médicos del hospital de Curití. La Alcaldía del municipio le envió un mercado.
Su esposo, que es el cocinero de la familia, la cuidaba. Ella no tocaba ningún ingrediente, y mantenía la distancia con su pequeño. Nadie la visitaba.
Los síntomas de las dos primeras semanas fueron terribles pero, según su relato, lo más terrible fue la actitud de los vecinos. La llamaban y le decían que le iban a quemar la casa, que le iban a matar a su hijo si no se iba del pueblo.
La familia incluso pensó en abandonar la vereda, pero no tenía alientos, ni a dónde ir. Yaritza es oriunda de El Páramo de Letras, en el Tolima.
Para hacer el cerco epidemiológico, le preguntaron con quién había tenido contacto. Ella contó que estuvo con una amiga que había llegado recientemente de Bogotá. Su amiga le dijo que ya le habían practicado la prueba y, a partir de ahí, dejó de hablarle por haberla referenciado. Al dueño de la finca donde trabajan Yaritza y su esposo, y a otras 20 personas cercanas, incluidos sus suegros, también les tomaron muestras. Por fortuna, todas resultaron negativas.
El 15 de abril le hicieron la segunda prueba y luego de dos días, el 17, le confirmaron que ya estaba recuperada. “Coosalud siempre nos ha tratado bien con las citas, las órdenes y los medicamentos”, comenta.
Ahora, intenta superar el señalamiento de los vecinos, que tengan claro que “ya todo pasó” y que no hay ningún peligro. “Que no me miren más como un bicho raro”, apunta, referente a lo que espera tras esta situación.
Ya la han llamado nuevamente para hacer trabajos de campo. Sembrar, cosechar maíz, café… Ella es demasiado fuerte y conoce de esos oficios.
Cuando sale a trabajar con su esposo, los suegros le cuidan a su hijo. Se van juntos en moto, pese a que la carretera para ir a Curití es pésima, según relata. “Ahí sí no podemos guardar la distancia, pero es que no tenemos otra forma de movilizarnos”, explica.
Su abuela la está llamando a almorzar. Ya va a ser la una y María Teresa tiene que ir a trabajar.
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