Historias de vida
Dony Enith
Juega microfútbol después de una mastectomía y reconstrucción del seno
Triunfó la fe y el amor
Dony Enith Zora Pestana es deportista, instructora de baloncesto para niños y niñas, juega microfútbol los viernes y recorre su municipio, Cimitarra, en moto. Tiene 37 años, un hijo de 16 y está otra vez enamorada.
Hace tres años, cuando fue al hospital con su mamá, y tras una ecografía, una mamografía y una biopsia de rigor, le dieron el diagnóstico. Entonces pidió “un permisito” y se encerró en el baño a llorar y llorar durante 10 o 15 minutos, se secó las lagrimas, se echó agua en la cara y salió y le dijo al médico:
-¿Cuándo empiezo?, ¿mañana?
Le habían dicho lo que temía: que tenía cáncer de seno. Necesitaba iniciar una quimioterapia de inmediato y, posiblemente, debían amputarle su seno derecho.
No fue una bolita lo que palpó, notó un hundimiento entre la aureola y el pezón. Inmediatamente le contó a su mamá acerca de esa anomalía y pidieron la cita.
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Su cuerpo era cuidado y admirado; sus condiciones físicas, extraordinarias. Amaba el deporte y estudió en el Sena para titularse como entrenadora física.
Ahora enfrentaba un drama muy severo. Su mamá, la primera en apoyarla; su hijo, un adolescente que no comprendía muy bien la situación; don Jorge, su jefe en la UTB (Unidades Técnicas de Boyacá); y su cuñada Mary eran su equipo de ángeles aliados.
– Mamita, usted se me va a morir, se me va a morir,
repetía su mamá, encerrada en el cuarto donde viven juntas en Cimitarra.
– No, mami, no me voy a dejar morir, insistía Dony, convencida de que ese cáncer se iba a eliminar.
Fueron largas y extenuantes jornadas de quimioterapia. La más fuerte era la roja. El cabello y las uñas comenzaron a caerse. Su apariencia física había desmejorado, pero no su autoestima. Solo en las noches, en silencio, mojaba con lágrimas su almohada, para que su mamá y su hijo no se dieran cuenta.
La operación de la mastectomía fue delicada y con los protocolos más modernos. Ahora está dedicada a la reconstrucción del seno. Ella lo explica fácilmente para otras mujeres que sufran la misma situación:
“Yo le dije que no todos los casos son iguales, que tuviera fe”.
“El mismo día que me hicieron la amputación, me quitaron músculo de la espalda para hacer el implante, y detrás del músculo implantado me colocaron un expansor, que es una bolsa con solución salina que se va llenando hasta alcanzar los 500 centímetros cúbicos. Comenzaron con 200 y ya va en 460, pero no soporté más. Esa bolsa le va dando forma al nuevo seno y después se implanta el seno de silicona. Va a quedar más pequeño que el otro que lo van a reducir de talla 36 a 34”.
“¿Y que más deben hacer para la reconstrucción de la aureola y el pezón?”
“Lo pueden hacer con injerto o por medio de tatuaje. ¿Sabe qué es lo más curioso? Cuando me rasco en la espalda, debajo de la paleta, donde me sacaron el músculo para hacer el injerto, siento el seno que me están reconstruyendo. ¿Por qué será?”
Dony sigue con dos empleos: instructora de baloncesto los días de semana en programas de la Alcaldía de Cimitarra y, los fines de semana, en logística y administración en UTB. Además está estudiando liderazgo social.
“¿Qué le aconsejarías a las mujeres que afrontan un cáncer como el tuyo?”
“Ya lo hecho. A dos amigas les paso lo mismo. A Isabel, una docente del municipio, también le hicieron una amputación radical de un seno. Yo le dije que no todos los casos son iguales, que tuviera fe, que siguiera todas las instrucciones de los médicos. Ya está muy bien, trabajando. Y la otra compañera es Lina, he hablado mucho con ella, le hicieron amputación radical de ambos senos y un injerto. También ya está bien, gracias a Dios”.
Donny tiene programadas varias actividades con las que promoueve el chequeo permanente de los senos para detección temprana. Es una líder social natural, igual que Donia, su mamá, que trabaja con las juntas de acción comunal de Cimitarra. Aman a la gente. Eso contribuyó a que la gente le ayudara a ella.
Ya está retrasada para entrar con su primer grupo de niños basquetbolistas de la jornada de la tarde. Entra a su cuarto y sale vestida con un colorido uniforme de instructora deportiva, camiseta y pantaloneta, se monta en su moto azul de 125 cc, una abundante cola de caballo sale de parte de atrás de su casco. Sonriendo, se pierde entre las calles del calor de Cimitarra.
Está sana y enamorada de un patrullero que era su amigo en la escuela, y con quien se reencontró después de la operación.
Ahora el primer círculo de seguridad de ángeles lo conforman cinco personas: su mamá, su hijo, su cuñada, su jefe y el uniformado que la apoya en todo lo que guste: visitas médicas, partidos de microfútbol y una que otra rumbita para celebrar la vida… y el amor.
Después de visitarla en Cimitarra, nos llamó para pedir que no olvidáramos darle sus agradecimientos al Hospital Internacional de Bucaramanga, a la jefe Liliana Rangel, a la jefe Marta, al doctor Forero, a la Clínica Oncológica, al doctor Orluz y a la Clínica Chicamocha.
“La gratitud en silencio de nada sirve”, dice. Quiere ayudar a muchas mujeres que necesiten sus consejos y que entiendan que siempre hay una nueva oportunidad. “Ayudar a otros es una forma más de agradecer a todos los que, sin conocerte, te ayudaron”.
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