Historias de vida
María Antonia y Rufina
María Antonia y Rufina han vivido más de 228 años
Sus vidas y secretos para conservarse
Allá en mi pueblo donde yo vivía, en una loma, la luna era grandísima y clarita y el cielo lleno de estrellas, y se veían los chigualos y matrimonios. Ahora apenitas se ve”, recuerda María Antonia Cuero, de 118 años. “La luna traía como un santo adentro y tenía párpados”.
Y, Rufina Rosero, más joven, de 110 años, cada vez que paría un hijo se comía una gallina entera todos los días de la dieta que duraba 40 días, no podía ventearse, ni se bañaba de cuerpo entero. Rufina le dio cristiana sepultura a su marido hace 30 años, con quien tuvo 12 hijos; ha enterrado algunos de ellos y hasta a nietos. Hoy tiene 36 nietos, 42 bisnietos y 15 tataranietos. El año pasado se reunieron todos.
María Antonia nació el jueves 18 de octubre de 1901 en un caserío a las orillas de la desembocadura del río Mayorquín, en el Valle del Cauca. Tuvo 8 hijos y su mamá, 16. Hasta hace cuatro años, cuando tenía 114, se montaba sola en su canoa y salía a pescar río arriba.
Rufina nació en Pasto un 18 de octubre, pero de 1910. Conoció a su marido a los 13 años y a los 15 se comió las primeras 40 gallinas, una cada día durante 40 días, y así, cada dos años, hasta que cumplió 40. Enrique Argote fue su primer y único hombre.
Conoce la historia
“A mi marido no le gustaba que yo tuviera amigas, ni nada, o que fuera sola a alguna parte”.
En la época en la que ellas nacieron, Colombia tenía 5 millones de habitantes, el tranvía jalado por mulas se demoraba dos horas en llegar desde la Plaza de Bolívar a Chapinero, José Manuel Marroquín y Carlos Eugenio Restrepo eran presidentes, no había volado el primer avión; los departamentos de Valle del Cauca, Nariño, Chocó, Caldas y Caquetá hacían parte del Gran Cauca, y Popayán era su capital; se comenzaba a construir el Canal de Panamá y una epidemia de tifo casi acaba con la población de Bogotá.
María Antonia es liberal, devota de San Antonio, le gusta el biche (bebida tradicional del Pacífico) y lo ha preparado toda su vida, se baña sola todos los días y lava su ropa. Rufina, por su parte, salió de Pasto haciendo paradas, hasta que llegó a Popayán y ahí se quedó, junto a su marido, que era comerciante y liberal. Es devota del Señor de la Misericordia, le gusta ver telenovelas y noticias y ya no va a misa, pero la ve por televisión; duerme tres horas de siesta todas las tardes y prepara el mejor cuy.
“¿Por qué creen que están tan bien a pesar de los años?”
María Antonia: por comer dos o tres bananos medio verdes, cocidos, cada día, todos los días.
Rufina: por vivir tranquila y comer bien, no esa comida contaminada que comen ahora.
Además de haber pasado hace varios años por los 100 años, María Antonia y Rufina tienen en común la fecha de cumpleaños, que son afiliadas a Coosalud y que viven en Cali, aunque son oriundas de dos regiones con clima y costumbres muy diferentes.
Cuando María Antonia, a sus 53 años, tuvo a la última de sus hijas, se la entregó envuelta en hojas de plátano a Ana Rosa Moreno de Balanta, la única maestra de Mallorquín. La bebé tenía dos o tres meses. La profesora crio a la niña, la bautizó como Delcy, le enseñó a leer y a escribir, la educó hasta que la hizo docente, y después le presentó a su madre biológica, que vivía sola en un rancho, al lado del río. María Antonia había trabajado como empleada en Cali, la última vez en una casa del barrio San Nicolás, cuando decidió regresar a “mi río”, como ella llama a su pueblo, se dio cuenta de que en esa casa la habían puyao’. La profesora le pidió a Delcy que cuidara a su madre cuando ya no pudiera vivir sola, y por el resto de su vida. Hace tres años, María Antonia decidió regresar a Cali, porque en “su río” murió el sobrino que le estaba arreglando el rancho y le ayudaba a rozar el cañaveral de la parcela. Delcy, retirada del magisterio, recibió a María Antonia en su casa, en la capital vallecaucana, y algunas de sus nietas le ayudan a cuidarla cuando no están trabajando. La llevan a los chequeos médicos de rutina. Hoy pesa 47 kilos, cuando la trajeron a Cali, pesaba 44.
Rufina vive desde hace varios años rodeada de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Las mujeres le dedican más tiempo.
Cariño le sobra y lo que más le molesta es la vista. Come de todo y le gusta ir pasear a Popayán, tiene excelente memoria y recuerda quién le prometió llevarla a comer helados y quién de su familia le debe dinerito. Hace cuatro años le practicaron una cirugía en el Hospital Departamental del Valle para extraerle un mioma y a los tres días ya estaba en su casa. No tiene amigas porque, comenta: “a mi marido no le gustaba que yo tuviera amigas, ni nada, o que fuera sola a alguna parte”.
María Antonia tiene una amiga de infancia en Mayorquín, una prima que es menor, pero “ya está acabada y camina agachadita”. En cambio, ella camina derechita, cocina, se hace sus trencitas y si antes se distraía viendo bajar el río, ahora se distrae viendo pasar vehículos desde su ventana cuando está sola. Hace una semana se cayó, por su atolondrada manía de bajarse de primera de los carros. Su problema es la presión arterial, la tenía en 230, pero los doctores del Hospital Departamental del Valle, Peter Vargas y Bernardo Herrera, se la han estabilizado en 170/110.
Cuando va donde el internista o el nefrólogo, todos le dicen: “pero vos estás mejor que yo, María Antonia”. Es de risa fácil y se hace querer. “Los médicos y enfermeras se toman fotos conmigo y me abrazan”, apunta. Hace dos años la operaron de cataratas y le pusieron audífonos, pero casi no los usa porque le da miedo que llueva y se le mojen. Cree que el arroz no es comida, que el agua de Cali sabe a barro y, para quitarle ese horrible sabor y poder beberla para tomarse las pastillas, la mete por lo menos un día a la nevera; toda le sabe rico con banano verde cocido, que no esté blandito, sino un poquito durito, y también le gustan los envueltos de masa de maíz. Ahora no toma café, pero le fascina el tecito a cualquier hora.
“¿Qué es lo primero que harían si fueran presidentes de Colombia?”
Rufina: para ser presidente hay que leer muchos libros. Repartirles plata a los pobres. Humm. Para tener, hay que trabajar.
María Antonia: no sé, esto se volvió al revés. Está mal, no está bien, antes era más sano. Ahora hay mucho peligro.
La semana pasada, Rufina se acordó de que Alicia, su nieta preferida en esta época, no le había devuelto los 5 mil pesos que le había prestado tres meses atrás para pagar un taxi.
Hace poco María Antonia regresó en lancha a “mi río”, al norte de Buenaventura. Tiró una atarraya en la bocana y, cuando la marea estaba llena, sacó unos chigualos, los puso en una sarta y los ahumó, como ha hecho desde hace 100 años. Comió piangua, chigualo, chatapurrí y zaino. Bailo, pero poquito, no como antes que podía bailar tres días seguidos. “Ya estoy vieja”, dice, y sonríe como una niña, se lleva la mano a la cara y se toca los areticos de oro que le regaló una de sus nietas hace más de 20 años.
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