Historias de vida
Lida Paola
No podía caminar y ahora quiere volar en parapente
Su tipo trasplante es el primero que se hace en Colombia como tratamiento para una enfemedad autoinmune
A sus 25 años, Lida Paola Agudelo Solano comenzó a sentir unos síntomas muy extraños y fuertes. El vértigo no la dejaba caminar derecha, se estaba encorvando, veía doble y borroso. Y aparecieron unos ángeles llamados familia.
En mayo del 2013, su tía fue a la zona rural de Ocamonte (Santander) a visitar su hermana y se enteraron de los síntomas de Lida Paola, así que se la trajeron para Bucaramanga.
Su hermano mayor, un primo y una prima la llevaron al Hospital Focal, esa mañana de mayo. Estaba ciega totalmente.
Su padre, un jornalero de Ocamonte, y su madre no podían viajar a Bucaramanga a acompañarla.
Conoce la historia
Y aparecieron otros ángeles vestidos con batas blancas: los médicos.
Y también la Virgen de la Salud, la milagrosa, a donde sus padres la llevaban de madrugada de peregrinación, allá entre Ocamonte y San Gil.
El primer diagnóstico fue mielitis diseminada aguda.Lida pesaba 55 kilos, quería ser tecnóloga ambiental.
En la casa de su tía, en Piedecuesta, cerca a Bucaramanga, nos va contando su historia, describiendo su caso y todas las complicaciones, recordando medicinas y, sobre todo, a los médicos que la han tratado y a quienes nunca olvida, ni se cansa de agradecerles. Primero, los neurólogos Gómez Franco y Peña; los hematólogos Castellanos y Calderón; el endocrinólogo Saldívar, la hematóloga Sossa, el gastroenterólogo Jácome y la fisiatra Martínez, y así, los va enumerando uno a uno.
El primer procedimiento fue una punción lumbar. Seguidamente, una resonancia magnética del cerebro y exámenes de laboratorio. Estaba ciega porque la aguda inflamación del cerebro le oprimía el nervio óptico. El diagnóstico de 2014 Fue más preciso: esclerosis múltiple, la temible sigla EM, una enfermedad autoimnunitaria que afecta el cerebro y la medula ósea. Sus causas a ciencia cierta se desconocen, pueden ser genéticas o ambientales.
El tratamiento era largo y complejo. Incluía una quimoterapia y un trasplante de médula ósea . Sufrió otras complicaciones como osteoporosis severa, mielitis diseminada aguda y fracturas en la columna vertebral.
El procedimiento que le realizaron en la Clínica Foscal de Bucaramanga (un trasplante de médula ósea) fue el primero que se hace en Colombia como tratamiento para una enfermedad autoinmune, y el tercero en el mundo.
A mediados de 2015 fue internada en la Foscal y, después de unas largas sesiones de quimioterapia, solo le dieron salida en diciembre, con un permiso para pasar Navidades con su familia, pero debía regresar el 3 de enero para el programado trasplante autólogo, con su misma medula ósea, para el cual ya habían preparado su organismo.
Lida se devastó.
Tenía dolores y calambres
La hermana de su mamá, Maria Antonia Solano Nova, enfermera en un colegio, se convirtió en su guardiana permanente. Cambiaron los hábitos alimenticios. No más comer en la calle, no más comida recalentada. Todo más saludable.
Tenían que aplicarle corticoides para mitigar su dolor. Se inflamó su cara y el resto del cuerpo: en menos de un año pasó de talla 6 a 12.
Su piel se llenó de estrías, la lengua le dolía al hablar. Su peor día fue cuando despertó y vio la almohada llena de su pelo y, con el agua que caía de la ducha, le fue desapareciendo el que le quedaba.
Tenía dolores y calambres, cada día estaba más encorvada y con mucha dificultad para caminar.
Su primo Andrés, un químico, barista y mago que vive en la misma casa del barrio El Refugio, en Piedecuesta, oficiaba de enfermero cuando su mamá no estaba.
Su hermano mayor le ofreció donarle médula ósea, pero no fue necesario. Gracias a sofisticados tratamientos médicos iban a realizarle un proceso de purificación de su propia médula. Es lo que se denomina trasplante autógeno.
El 13 enero de 2016 le hicieron el procedimiento. Ella lo explica fácilmente, con su gran capacidad de comunicación: “el proceso duró dos o tres horas. Por medio de un catéter, con dos mangueritas, el hematólogo va inyectado la médula ósea. Por ese mismo catéter entraba la quimioterapia y sacaban la médula enferma para reconstruirla”.
Ingresó a la unidad de cuidados intensivos, que ella ya conocía tras de haber estado ahí varias semanas en cinco oportunidades. La estancia más compleja fue cuando murió su abuelita.
En los primeros 15 días en la UCI, en el límite entre la vida y la muerte, cuando el temor quiere saber todo sobre el diagnóstico y el pronóstico, en el decaimiento posoperatorio, se le permitió estar acompañada por su hermano Luis Miguel, un obrero de construcción, que trabaja en “lo que le salga”. Se enclaustró con ella durante 15 días, siguiendo los mismos protocolos extremos de higiene que el personal intensivista, vistiendo batas de hospital, cabeza, boca y zapatos cubiertos con prendas desinfectadas, sin tener ningún contacto con el mundo exterior, para no traer bacterias al ambiente de su hermana, que tenía el sistema inmunológico débil.
Lida Paola no deja de agradecer toda la ayuda de los médicos, de su familia y de Coosalud, que le ayudaron a levantarse de las cenizas, como ella misma, recurrentemente, describe su recuperación.
Ya está muy recuperada, le salió más cabello del que tenía, más fuerte y ondulado. Sus uñas están largas, necesita gafas permanentemente después de dos operaciones en los ojos, usa un corsé para proteger su fracturada columna y solamente toma dos medicinas.
Sigue viendo programas de cocina y le encanta hacer empanadas argentinas, con masa de harina, carne picada, aceitunas, huevo duro, uvas pasas, cebolla y otros ingredientes.
A veces vende sus empanadas al personal de la Clínica Foscal, al que conoce muy bien por los tantos días que estuvo ahí hospitalizada, por los muchos exámenes y tratamientos, así como en las oficinas de Coosalud. En días buenos vende 30 empanadas, a dos mil pesos cada una, las empaca en bolsitas de papel aluminio y las guarda en una bolsa térmica, y a su clientela, la mayoría médicos y enfermeras, les encantan. Con lo que gana, paga transportes, compra cosméticos y colabora con los gastos de la casa de su tía.
Se mueve sola por Bucaramanga, va en bus a sus diligencias, no cae en la tentación de comer comida callejera. Le gustaría terminar sus estudios y, cuando le quieten el corsé, montar a caballo y en parapente.
Quiere ir pronto a bañarse con agua bendita en la gruta de la Virgen de la Salud, a donde la llevaban su mamá y su papá, el jornalero en cultivos ajenos que trabaja de sol a sol para sacar adelante a su hijo menor, de 14 años. Sus padres no conocen Bucaramanga.
Lida Paola está convencida de que lo peor ya pasó y de que vendrán tiempos mejores para todos. “Por algún lado siempre hay una salida”, afirma en su admirable optimismo, el más eficaz de todos sus doctores.
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