Al lado del colegio de la vereda Bajo la Ciénaga, jurisdicción del municipio de Moñitos (Córdoba), vive Luis Ángel Gómez Ortega, de 13 años. Su infancia había transcurrido con normalidad hasta que, hacia septiembre de 2014, cuando tenía solo 6 años, comenzó a enfermarse continuamente con alergias y fiebre; con frecuencia, su piel se tornaba de un tono amarillento.
“Él siempre había sido un niño sano. Mi embarazo fue normal, asistí a todos mis controles; el parto también fue normal”, comenta su madre, Gloria Gómez Ortega.
Preocupada por el estado de salud de su segundo hijo, actualmente afiliado a Coosalud, Gloria lo llevó al puesto de salud de la cabecera municipal. Su valoración inicial arrojó que tenía hepatitis, razón por la cual fue remitido a Montería. Sin embargo, tras no evidenciarse mejoría con el tratamiento, le fue ordenada una biopsia, en diciembre de 2014. El 15 de enero de 2015 llegaron los resultados que confirmaron su diagnóstico definitivo: cirrosis hepática, una enfermedad, poco frecuente en niños, que causa falla severa en el funcionamiento del hígado.
El médico que llevaba su caso indicó que debía ser tratado con urgencia por un hepatólogo pediatra, por lo que se autorizó su trasladado a Medellín. A su llegada, fue hospitalizado y sometido a todo tipo de estudios por parte de especialistas, quienes concluyeron que requería un trasplante de hígado. No obstante, para entonces, pertenecían a otra EPS y tuvieron que luchar para la gestión del procedimiento, según relata la misma Gloria: “Fue un proceso muy dispendioso, se puede decir que el 2015 fue un año muerto para el tratamiento de Luis Ángel. En el 2016 acabaron la EPS donde estábamos y pasamos a Coosalud, que se pone al frente de la enfermedad de mi niño y comienza un nuevo proceso que, personalmente, siento que ha sido muy satisfactorio”.
El 6 de octubre de 2019 llegó el día que tanto había estado esperando Gloria. “Fue en la mañana. Estábamos durmiendo y él (Luis Ángel), la noche anterior, se había puesto a jugar con el teléfono y como que le había bajado el volumen. Resulta que nos estaban llamando del hospital y nada, no contestábamos. Entonces, llamaron a mi esposo preguntando que dónde estábamos y él les dijo que en Medellín. Logró comunicarse con una amiga de nosotros del lugar donde nos estábamos hospedando y fue ella quien nos avisó. Yo contesté la llamada y el doctor dijo que el niño ya casi que perdía el trasplante, porque es un órgano que, si no lo reciben dentro de un tiempo determinado, hay que dárselo a otra persona, y me dijo: «Vénganse, así como estén, no me bañe al niño, vénganse así». Eso fue una emoción muy grande, yo creo que fue el baño más rápido me he dado en mi vida, porque no me demoré ni dos minutos. Llegamos al hospital y ya nos estaban esperando. Tenía una sensación de felicidad inmensa, pero, a la vez, de miedo, porque sabía que era una cirugía muy larga y con muchos riesgos”, relata.
En una sala de espera del hospital Pablo Tobón Uribe, en la capital antioqueña, aguardaba ansiosa la mamá de Luis Ángel. La trabajadora social de la institución le había pedido que no se preocupara, ni se desesperara, que su hijo estaba en las mejores manos; que el procedimiento demoraría entre seis y ocho horas y que el pequeño saldría intubado. “A la una de la tarde –para mi sorpresa y la de todos los médicos– terminó la operación. Me dijeron que ha sido el primer niño que no sea ha demorado ni cuatro horas en un trasplante y también ha sido el primero que ha salido sin respirador. Él salió respirando normal, por sus pulmones”, comenta.
No obstante, para llegar a ese momento anhelado, hubo que atravesar por situaciones complejas. Entre noviembre de 2016 y octubre de 2017, a Luis Ángel le realizaron múltiples análisis en Medellín para concluir el protocolo de trasplante y, finalmente, fue ingresado a lista de espera. La hepatóloga les indicó que debían radicarse en esa ciudad hasta que saliera el donante, lo cual fue difícil para ellos, pues tuvieron que separarse del resto de la familia. “El 27 octubre de 2017, el niño asistió a su cita y la doctora me dice: «¿vinieron preparados?» Y yo: «¿cómo así?» Ella me respondió: «es que tienen que permanecer aquí en Medellín en espera del donante. No se sabe si serán días, si serán meses o años, porque eso no depende de nosotros, sino de la disponibilidad del órgano y de la gravedad del paciente, aunque a él lo priorizan por ser niño». Eso fue duro, porque, o sea, no sabíamos cuánto tiempo íbamos a durar sin venir a la casa; mi hija menor estaba pequeñita, tenía apenas 3 añitos. Nos quedábamos en hogares de paso, estuvimos dos Navidades fuera de casa; en los cumpleaños, no podíamos reunirnos ni con mi hijo mayor, que ahora tiene 14 (años) y vive en Montería, ni con mi esposo. Incluso, después de trasplante, él (Luis Ángel) lloraba mucho cuando hablaba con la psicóloga, apenas le mencionaban a su hermanita, se ponía a llorar”.
Sin embargo, en diciembre de ese mismo año, el menor es retirado de la lista de espera porque se contagió de varicela. Entonces les informaron que podían regresar a su hogar, porque en esas condiciones no era posible practicar el trasplante. A mediados de 2018, retornaron a tierra paisa, pero el pequeño contrajo una infección y por segunda ocasión fue sacado de la lista. “Duramos casi dos meses con él internado, porque era una infección que debían tratarle. Después de eso, lo volvieron a activar (en la lista), el 20 de julio de 2018. Lo que restó de ese año y hasta octubre de 2019, nos quedamos allá en Medellín esperando”, explica.
Pero la tercera fue la vencida y ahí estaba Luis Ángel saliendo victorioso del procedimiento. Luego de tres días de ser intervenido, tuvo que permanecer 19días en una unidad de cuidados intensivos, porque comenzó a hacer rechazo del órgano. “Los doctores decían que eso era normal, porque eso es, por así decirlo, como un cuerpo extraño que entra en el organismo; que no me preocupara, que ellos estaban tomando las medidas. Ya al día 20 lo pasan a piso y el 28 de noviembre es dado de alta”.
Gloria comenta que su hijo ha tenido una respuesta tan positiva al trasplante que, cuando van a las citas de control, los médicos quedan sorprendidos porque le dicen que pareciera que tuviese muchos años de haber sido trasplantado. “Todos los medicamentos para controlar su condición se los han suspendido, actualmente solo debe tomarse uno. Ha sido maravilloso”, apunta.
En Moñitos, Luis Ángel reparte sus días entre sus estudios, que en su momento tuvo que suspender, y su mayor afición: el fútbol. Está atravesando por la etapa de rebeldía de la adolescencia, quizá por eso prefiere no hablar y le disgusta un poco sonreír a la cámara, pero en la mirada cómplice con su madre refleja lo agradecido que está con ella por acompañarlo en todo este proceso y por su entereza hasta lograr que tuviera una segunda oportunidad de vivir.
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