Historias de vida
Lucely del Carmen Nieto
Se cuidaba con rigor, pero se contagió y la hospitalizaron dos veces
Cuando ya creía que todo había pasado, dos meses después, Lucely volvió a sentir dificultad para respirar y fue necesario volverla a internar en la Clínica Porvenir, en el municipio de Soledad, Atlántico. Se encontró otra vez con el doctor Rafael Arturo Pérez Herrera, el mismo a quien recordaba por todos sus cuidados y consejos.
La primera vez perdió el olfato y el gusto. Tenía que respirar por la boca. Le hicieron la prueba y el resultado fue positivo para COVID-19. La internaron en una UCI y solo podía ver a su esposo, a sus dos gemelas de 19 años y a su hijo menor, de 11, por videollamada. Ingresó a la Clínica Porvenir el 12 de julio. En aislamiento total, el personal médico del centro asistencial le inyectaba dos tratamientos con antibióticos de claritromicina y ampicilina sulfatada, para tratar la neumonía (infección pulmonar) que se veía en la radiografías.
Lucely del Carmen Nieto, de 44 años, se cuidaba del virus con mucho rigor. En su hogar estuvieron totalmente confinados. Suspendieron las visitas a toda la familia, salvo el domingo 21 de junio, que fue a donde su papá por ser el Día del Padre. No estuvo más de una hora allá, los pocos asistentes usaron tapabocas, se aplicaron gel antibacterial y alcohol y tuvieron la precaución de reunirse al aire libre, en el patio de la casa, que es más fresco porque que está lleno de matas. Ella cree que ese día ya estaba contagiada.
El 17 de julio le practicaron otra prueba que, afortunadamente, salió negativa. El 19 de julio le hicieron otras radiografías de pulmón y le dieron salida el 20 de ese mismo mes. Una semana larga estuvo en la UCI.
Cuando dio positivo el 28 de junio, en lo primero que pensó fue en su papá, que es hipertenso, y en su mamá y en esa visita por el Día del Padre una semana antes.
Dos días después del diagnóstico, sus padres, su esposo, sus tres hijos y los dos hermanos que viven con sus papás se realizaron la prueba. Todos dieron negativo para el virus, menos su esposo.
Los tres hijos se fueron a vivir con los abuelos. Ella y su marido se quedaron en la casa, totalmente aislados el uno del otro.
El almuerzo y la cena se las mandaba su mamá todos los días. La llamaban por teléfono y le decían que ya iba para allá un mensajero. Yuisman Ramos, su esposo, se quedaba esperando en la ventana. Afuera les dejaban la comida caliente, servida en platos desechables y, cuando el mensajero se retiraba, él salía a la terraza a recogerla. Comían apartados en distintas habitaciones, todo lo limpiaban con amoníaco y, cuando los necesitaban, usaban platos y cubiertos distintos para cada uno.
No tenía fiebre, ni dolores corporales, pero la respiración era cada vez más difícil. Una noche, sintió que se cansaba muy rápido, que no le entraba el aire a los pulmones y Yuisman la llevó a la clínica más cercana.
La hospitalizaron inmediatamente, la dejaron en un cuarto aparte, en una UCI y, por fortuna, no fue necesario conectarla a un respirador artificial. Reconocía a los médicos y enfermeras por sus voces, pues estaban totalmente cubiertos por los elementos de protección, hasta tres capas, máscaras y guantes, como lo exigen los protocolos de bioseguridad.
La llamaban continuamente de Coosalud EPS, a la que es afiliada, y de la Secretaría de Salud de Barranquilla. Se sentía aislada, pero protegida.
Durante esa semana hospitalizada, tenía alucinaciones y pesadillas. La más recurrente era que le apretaban el cuello para ahogarla. Se despertaba alterada y sudando.
Le dieron salida y unas medicinas, antibióticos para seguir el tratamiento en su casa, que le servirían para erradicar la neumonía de su organismo. Por prevención, entre más rápido estén los pacientes en condiciones para salir de la clínica, mucho mejor, para evitar contagios.
Tras la segunda prueba, su esposo también dio negativo, aunque, con suerte, nunca tuvo ningún síntoma.
“Uno jamás sabe dónde ni quién se puede contagiar. Lo mejor es actuar como si los demás, o uno mismo, estuvieran contagiados. Pensamos mucho en ir a visitar a mi papá ese Día del Padre, aunque fue breve, pudimos haberlos infectado”, dice Lucely.
“La solidaridad de todos mis vecinos de la cuadra era muy fuerte. Todos pendientes. Que si necesitaba algo, no era sino que los llamara a cualquier hora. En mi cuadra éramos los únicos contagiados. Casi todos los días, mi vecina de al lado me llamaba y me decía: ‘ahí te dejé una sopa’, siempre me sorprendía con sopas: de pollo, de carne, de verduras. Mi esposo salía y la recogía. Aunque los vecinos estaban muy preocupados porque un señor se murió de COVID-19 por ahí cerca, como a tres o cinco cuadras, nunca nos hicieron a un lado, gracias a Dios. Por el contrario, nunca habían estado tan cerca, ni tan pendientes”, relata.
Los médicos le advirtieron que podría sentir temblores en las piernas y así fue. “Yo nunca sentí dolor en la garganta, ni tos, ni fiebre. Solo esos temblores unas tres veces, pero no más”.
El 25 de septiembre volvió a experimentar dificultad para respirar. Los médicos le habían dicho que si sucedía nuevamente, se fuera enseguida para urgencias. “Mi marido me llevó y me internaron, pero en una habitación normal, no en una UCI como la primera vez. Inmediatamente me hicieron radiografías y se notaba la neumonía. Yo creo que fue por los cambios de temperatura, por esos fuertes aguaceros de Barranquilla. Me volvieron a inyectar antibiótico y me realizaron otra prueba que resultó negativa, así que no era una reinfección”.
Lucely lleva cinco años afiliada a Coosalud, aunque cada uno de los miembros de su familia pertenece a otras EPS.
“Somos una familia muy unida, mis hijos, mis padres, mis hermanos y mi esposo, todos somos muy unidos. Creo que eso me ayudó bastante. Después de todo esto, los quiero más a todos. A ellos, al personal de la Porvenir y a mis vecinos. A todos ellos les digo que se deben cuidar siempre. Ajá, uno nunca sabe”, concluye.
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